Hace más de 40 años, recién ingresado al la Universidad de Costa Rica, mi camino se cruzó con el del Dr. Alfio Piva, a quién le correspondió, por azares del destino, ser profesor guía de aquel confuso adolescente que aspiraba a cursar la carrera de Ingeniero Agrónomo en la recién inaugurada Escuela de Zootecnia. Con apenas 18 años, disfrutando de la nueva libertad que brinda la vida universitaria, seguramente mis prioridades no incluían el estudio como una de las principales actividades, por el contrario, disfrutar de nuevas emociones y ser un poco irresponsable, parecían opciones más atractivas y cuyos efectos, por supuesto, se reflejaban en un bajo rendimiento académico.
Así transcurrieron mis primeros años de vida universitaria, posiblemente como antesala de un probable fracaso en el camino por lograr una formación profesional. Para colmo de males, reprobé el curso de fisiología animal, del cual era profesor el Dr. Piva, con quién tenía que enfrentarme cada semestre, para que autorizara mi matrícula y monitoreara mi exiguo progreso académico.
Sin embargo, en ese momento se produjo un cambio. Nunca he logrado recordar que hizo o dijo el Dr. Piva, pero estoy totalmente convencido que fue él quien sembró la semilla de la transformación en aquel joven díscolo. A partir de ese semestre no fui el mismo; ni en lo personal, ni en lo académico. Empecé a ser más responsable, adquirí el gusto por el estudio y el conocimiento, gusto que aún persiste y mi rendimiento académico sufrió un rotundo cambio, incluyendo la aprobación del curso de Piva en el segundo intento.
El siguiente año el Dr. Piva dio una muestra más de su conocimiento sobre el ser humano, de su condición de Maestro, no simple transmisor de conocimientos, me concedió el privilegio de ser su asistente en el mismo curso que había reprobado con anterioridad y terminé graduándome con una tesis dirigida, como no, por el Dr. Piva. Luego inicié mi carrera profesional, cursé estudios de posgrado y creo ser un buen ciudadano, pero todo eso ha sido posible gracias al cambio que Piva indujo en aquel joven estudiante, cambio que seguramente también indujo en muchos jóvenes que fuimos sus discípulos.
El día de hoy la Universidad Nacional se honra con la designación del Dr. Piva como Profesor Emérito, reconocimiento merecido a un constructor de instituciones, pero sobre todo a un constructor de seres humanos. El Dr. Piva debe sentirse orgulloso de su contribución al país, de las instituciones que creó y fortaleció, pero sobre todo de la influencia positiva que ejerció y sigue ejerciendo en muchos seres humanos.
Hoy, a mis casi 60 años, sirva este testimonio como expresión de gratitud, afecto y admiración al Maestro Alfio Piva.
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