En su oportunidad, el ICE presupuestó un rubro de varios miles de millones de colones para la adquisición de combustibles fósiles para la generación de electricidad. Con base en ello, la Autoridad Reguladora aprobó tarifas eléctricas que los usuarios hemos venido pagando.
Pues resulta que la realidad fue distinta a la que presupuestó el ICE. Por diversas razones como un menor crecimiento del consumo de electricidad, el crecimiento de las reservas de agua para generación eléctrica en las represas o los cambios en el precio del petróleo, el ICE consumió menos combustibles de los que había presupuestado, es decir, gastó menos dinero del que se había previsto en la fijación de tarifas.
Como consecuencia de lo anterior, la ARESEP, después de los estudios técnicos correspondientes, decidió que el monto de la tarifa eléctrica cobrado en exceso, como consecuencia de costos de generación eléctrica menores de los previstos en la fijación tarifaria, debería ser devuelto a sus legítimos dueños, a los usuarios, clientes del ICE, en forma de una reducción en las tarifas durante los meses de setiembre a diciembre del año en curso.
Ahí fue donde la chancha torció el rabo, el ICE se niega a devolver lo que no es suyo, a pesar de la orden de la Autoridad Reguladora. Como dice nuestro pueblo, el ICE se quiere hacer el gato bravo con la parte de las tarifas cobradas en exceso y que, según medios periodísticos, ronda los trece mil millones de colones. Para ello interpuso un recurso contra la decisión de la ARESEP que ha dejado sin efecto, momentáneamente, la rebaja anunciada.
La sensación que tengo con lo ocurrido, es que el ICE me está metiendo la mano en el bolsillo, o como diría mi madre, le quiere tapar el resuello a lo que nos debe. Con estos antecedentes, no me sorprendería que la propuesta del Emperador, digo, del Presidente, para abrir más el mercado eléctrico, empiece a ganar adeptos.
Monday, August 31, 2009
Wednesday, August 26, 2009
Una deuda de gratitud: Al Dr. Alfio Piva el día de su designación como Profesor Emérito de la UNA
Hace más de 40 años, recién ingresado al la Universidad de Costa Rica, mi camino se cruzó con el del Dr. Alfio Piva, a quién le correspondió, por azares del destino, ser profesor guía de aquel confuso adolescente que aspiraba a cursar la carrera de Ingeniero Agrónomo en la recién inaugurada Escuela de Zootecnia. Con apenas 18 años, disfrutando de la nueva libertad que brinda la vida universitaria, seguramente mis prioridades no incluían el estudio como una de las principales actividades, por el contrario, disfrutar de nuevas emociones y ser un poco irresponsable, parecían opciones más atractivas y cuyos efectos, por supuesto, se reflejaban en un bajo rendimiento académico.
Así transcurrieron mis primeros años de vida universitaria, posiblemente como antesala de un probable fracaso en el camino por lograr una formación profesional. Para colmo de males, reprobé el curso de fisiología animal, del cual era profesor el Dr. Piva, con quién tenía que enfrentarme cada semestre, para que autorizara mi matrícula y monitoreara mi exiguo progreso académico.
Sin embargo, en ese momento se produjo un cambio. Nunca he logrado recordar que hizo o dijo el Dr. Piva, pero estoy totalmente convencido que fue él quien sembró la semilla de la transformación en aquel joven díscolo. A partir de ese semestre no fui el mismo; ni en lo personal, ni en lo académico. Empecé a ser más responsable, adquirí el gusto por el estudio y el conocimiento, gusto que aún persiste y mi rendimiento académico sufrió un rotundo cambio, incluyendo la aprobación del curso de Piva en el segundo intento.
El siguiente año el Dr. Piva dio una muestra más de su conocimiento sobre el ser humano, de su condición de Maestro, no simple transmisor de conocimientos, me concedió el privilegio de ser su asistente en el mismo curso que había reprobado con anterioridad y terminé graduándome con una tesis dirigida, como no, por el Dr. Piva. Luego inicié mi carrera profesional, cursé estudios de posgrado y creo ser un buen ciudadano, pero todo eso ha sido posible gracias al cambio que Piva indujo en aquel joven estudiante, cambio que seguramente también indujo en muchos jóvenes que fuimos sus discípulos.
El día de hoy la Universidad Nacional se honra con la designación del Dr. Piva como Profesor Emérito, reconocimiento merecido a un constructor de instituciones, pero sobre todo a un constructor de seres humanos. El Dr. Piva debe sentirse orgulloso de su contribución al país, de las instituciones que creó y fortaleció, pero sobre todo de la influencia positiva que ejerció y sigue ejerciendo en muchos seres humanos.
Hoy, a mis casi 60 años, sirva este testimonio como expresión de gratitud, afecto y admiración al Maestro Alfio Piva.
Así transcurrieron mis primeros años de vida universitaria, posiblemente como antesala de un probable fracaso en el camino por lograr una formación profesional. Para colmo de males, reprobé el curso de fisiología animal, del cual era profesor el Dr. Piva, con quién tenía que enfrentarme cada semestre, para que autorizara mi matrícula y monitoreara mi exiguo progreso académico.
Sin embargo, en ese momento se produjo un cambio. Nunca he logrado recordar que hizo o dijo el Dr. Piva, pero estoy totalmente convencido que fue él quien sembró la semilla de la transformación en aquel joven díscolo. A partir de ese semestre no fui el mismo; ni en lo personal, ni en lo académico. Empecé a ser más responsable, adquirí el gusto por el estudio y el conocimiento, gusto que aún persiste y mi rendimiento académico sufrió un rotundo cambio, incluyendo la aprobación del curso de Piva en el segundo intento.
El siguiente año el Dr. Piva dio una muestra más de su conocimiento sobre el ser humano, de su condición de Maestro, no simple transmisor de conocimientos, me concedió el privilegio de ser su asistente en el mismo curso que había reprobado con anterioridad y terminé graduándome con una tesis dirigida, como no, por el Dr. Piva. Luego inicié mi carrera profesional, cursé estudios de posgrado y creo ser un buen ciudadano, pero todo eso ha sido posible gracias al cambio que Piva indujo en aquel joven estudiante, cambio que seguramente también indujo en muchos jóvenes que fuimos sus discípulos.
El día de hoy la Universidad Nacional se honra con la designación del Dr. Piva como Profesor Emérito, reconocimiento merecido a un constructor de instituciones, pero sobre todo a un constructor de seres humanos. El Dr. Piva debe sentirse orgulloso de su contribución al país, de las instituciones que creó y fortaleció, pero sobre todo de la influencia positiva que ejerció y sigue ejerciendo en muchos seres humanos.
Hoy, a mis casi 60 años, sirva este testimonio como expresión de gratitud, afecto y admiración al Maestro Alfio Piva.
Tuesday, August 11, 2009
El ocaso del patriarca
El veto presidencial a la ley que concedía parte de la calle 13 de la ciudad de San José a los artesanos, para que consolidaran su mercado, es un síntoma más del ocaso del patriarca. De otra forma no se entiende como un proyecto de ley, enviado por el ejecutivo a sesiones extraordinarias de la Asamblea Legislativa, cuando tiene la exclusividad en la definición de la agenda, que recibió el trámite correspondiente de publicación y consulta, que fue aprobado con votos de la sumisa fracción oficialista, reciba, al volver a Zapote, el veto.
Ese procedimiento sugiere varias cosas. En primera instancia, la poca seriedad con la que el ejecutivo, en particular el Ministerio de Cultura, estudia los proyectos en su ámbito de competencia, para que se produzca una contradicción de esta magnitud. Por otra parte, confirma el egocentrismo y el culto a la personalidad imperantes en esta administración, impulsada, por supuesto, por el narcisismo del presidente Arias, que seguramente no querrá que el edificio de la Fundación Arias, ese monumento a sí mismo, sea opacado por un humilde mercado de artesanías. Poco falta para que el Presidente emule a Stalin, Kim Il Sung, Kim Jon Il o Sadam Hussein, y no lo digo solo por su tendencia al autoritarismo, sino porque posiblemente pensará en llenar plazas y parques con faraónicas obras y monumentos en su honor, para que no lo olviden las próximas generaciones de costarricenses.
Será que soy un nostálgico, pero no me imagino al Presidente Arias de hace 20 años, con el Nobel nuevecito, vetando un proyecto que el mismo había enviado a la corriente legislativa. Seguramente, con la dignidad de un estadista, habría apechugado con el error y se habría tragado su propio orgullo. Pero aunque veinte años no es nada, como dice el tango, pesan en la vida de un político, que se aferra a la inmortalidad, aunque sea en forma de concreto. Sin duda es un síntoma del ocaso del patriarca.
El último capítulo de esta historia está por escribirse, veremos de qué madera están hechos los diputados oficialistas. Podremos ver si doblan la cerviz, se tragan sus propios votos favorables al proyecto original y complacen al presidente aunque les quede el aliento oloroso a betún o, si por el contrario, con dignidad, sostienen sus propias opiniones. Confieso que no soy muy optimista al respecto.
Ese procedimiento sugiere varias cosas. En primera instancia, la poca seriedad con la que el ejecutivo, en particular el Ministerio de Cultura, estudia los proyectos en su ámbito de competencia, para que se produzca una contradicción de esta magnitud. Por otra parte, confirma el egocentrismo y el culto a la personalidad imperantes en esta administración, impulsada, por supuesto, por el narcisismo del presidente Arias, que seguramente no querrá que el edificio de la Fundación Arias, ese monumento a sí mismo, sea opacado por un humilde mercado de artesanías. Poco falta para que el Presidente emule a Stalin, Kim Il Sung, Kim Jon Il o Sadam Hussein, y no lo digo solo por su tendencia al autoritarismo, sino porque posiblemente pensará en llenar plazas y parques con faraónicas obras y monumentos en su honor, para que no lo olviden las próximas generaciones de costarricenses.
Será que soy un nostálgico, pero no me imagino al Presidente Arias de hace 20 años, con el Nobel nuevecito, vetando un proyecto que el mismo había enviado a la corriente legislativa. Seguramente, con la dignidad de un estadista, habría apechugado con el error y se habría tragado su propio orgullo. Pero aunque veinte años no es nada, como dice el tango, pesan en la vida de un político, que se aferra a la inmortalidad, aunque sea en forma de concreto. Sin duda es un síntoma del ocaso del patriarca.
El último capítulo de esta historia está por escribirse, veremos de qué madera están hechos los diputados oficialistas. Podremos ver si doblan la cerviz, se tragan sus propios votos favorables al proyecto original y complacen al presidente aunque les quede el aliento oloroso a betún o, si por el contrario, con dignidad, sostienen sus propias opiniones. Confieso que no soy muy optimista al respecto.
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