La clase política, sea adonde sea, suele estar bastante desprestigiada. Muchas veces ese desprestigio no es merecido, sino que se sustenta en percepciones subjetivas de la gente, que tiene expectativas sobredimensionadas de sus líderes y de su capacidad de impulsar cambios que mejoren la calidad de vida de la sociedad. Otras veces, se debe a la aplicación de medidas impopulares pero necesarias, incremento en la presión fiscal, por ejemplo, que no le agradan a nadie. En otras ocasiones el desprestigio es totalmente merecido y ganado a pulso; los casos de corrupción en las altas esferas del gobierno, las bizantinas discusiones en la Asamblea Legislativa, los memorandos maquiavélicos, los carretillos de mociones, la mayoría mecánica de los 38 o el boicot de las sesiones, para citar solo algunos botones de muestra.
Una de las consecuencias de ese desprestigio es el alejamiento de la política partidista de muchas personas valiosas, que no quieren ver su nombre asociado a los escándalos que, un día sí y otro también, salen a la luz pública. Ante esa ausencia, el espacio ha sido ocupado por lo que Don Beto Cañas llama “la gradería de sol”. De ésta forma, nuestro país pierde el liderazgo y la contribución de muchos de sus mejores hombres y mujeres, cediendo el papel a líderes de segunda, no siempre guiados por los más altos valores e intereses patrios.
A mi modo de ver, uno de los muchos problemas que tiene nuestro sistema democrático es el déficit de buenos liderazgos y para agravar las cosas, la forma en que está organizado el sistema, margina a un buen número de líderes políticos. Un claro ejemplo es el de los candidatos presidenciales que no ganan la elección; los mismos desaparecen de la vida institucional al día siguiente de los comicios, lo que constituye desperdicio de liderazgo y talento.
Es lógico suponer que los candidatos presidenciales tienen un liderazgo en sus partidos, por minúsculos que éstos sean. Adicionalmente, algunos de ellos reciben un importante caudal de votos en la elección, lo que confirma el liderazgo que ejercen, pero como solo uno es electo, los demás, a lo que pueden aspirar es a emitir opinión, si los medios de comunicación les prestan atención. Concluida la elección, pasan al ostracismo político. No vayamos muy largo, el principal líder de la oposición en el país, el Dr. Otón Solís, tiene que limitarse a opinar por la prensa o concertar reuniones informales con el Presidente de la República u otros líderes institucionales.
Si uno se fija en algunos sistemas parlamentarios, el español, por ejemplo, los candidatos se presentan a las elecciones parlamentarias, el que logra consolidar una mayoría suficiente en el parlamento se convierte en presidente del gobierno, pero los demás candidatos que logran la votación mínima requerida, mantienen sus puestos como parlamentarios y ejercen su papel dentro del parlamento, es decir, dentro de las instituciones. En nuestro sistema político, netamente presidencialista, eso es posible, aunque usualmente lo utilizan algunos partidos muy minoritarios.
Por otra parte, a algunos no les gusta la idea de la doble candidatura y les parece mal, consideran un signo de debilidad electoral que un candidato se postule a la Presidencia de la República y a la Asamblea Legislativa. En algún momento se ha mencionado, incluso, la posibilidad restringir esa opción, modificando la ley electoral.
Mi opinión es la contraria. La doble candidatura es una forma de asegurarse que una serie de líderes políticos permanezcan en la política activa y dispongan del espacio institucional para impulsar proyectos para el beneficio del país, contribuir al debate y tener voz y voto, por derecho propio, en el llamado primer poder de la República.
De esa forma no tendríamos que ver a un líder político que obtuvo el 39.80% de los votos válidos en las últimas elecciones, solamente un 1.12 % menos que quién resultó electo, apartado de la política institucional, dando cátedra en Florida, esperando a que los medios se interesen en su opinión o que al presidente le apetezca invitarlo para intentar concertar alrededor de proyectos de interés nacional.
Conste, además, que ese líder no es santo de mi devoción.
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