La actual administración se caracteriza, como
ninguna otra, por haber llevado a las más altas responsabilidades políticas a
un numeroso grupo de académicos universitarios, muchos de ellos profesores e
investigadores destacados en sus áreas de
especialidad. Sin ir muy lejos, el mismo Presidente de la República,
muchos de los Ministros e incluso diputados, salieron de las aulas para ocupar
elevados cargos políticos.
A pesar de su buena formación académica y de su
prolongada experiencia universitaria, las críticas sobre su accionar en el
primer año de gobierno han sido abundantes. Solo por mencionar algunos ejemplos
podemos citar al Ministro de Vivienda y Asentamientos Humanos, el Dr. Rosendo
Pujol; la ex Ministra de Cultura y Juventud, Dra. Elizabeth Fonseca o el
expresidente de la Asamblea Legislativa, Dr. Henry Mora.
La pregunta lógica es ¿Por qué prestigiosos
académicos parecen tener dificultades para ejercer cargos de elevada
responsabilidad en el gobierno?
Quizás lo primero que se debe buscar, para
intentar responder a la pregunta, es
identificar cuál es la diferencia entre el ambiente académico y la “realpolitik”. En el ambiente académico
se intenta aplicar el método científico para el estudio de los fenómenos; se
hacen experimentos, estudios observacionales o estudios de opinión, en los que
se intenta medir el efecto de determinadas variables o factores sobre indicadores
de interés relativas al fenómeno bajo estudio, manteniendo controladas otras
variables o factores que pueden influir. Adicionalmente, los estudios se acotan
en términos espaciales y temporales.
En el caso de los experimentos, también se
manipulan variables, en el buen sentido de la palabra, y se mide el efecto de
la manipulación sobre las variables de respuesta. En los estudios
observacionales se delimita la realidad que se quiere estudiar, además de
espacial y temporalmente, en términos de las dimensiones más relevantes del
fenómeno que se estudia. Otras veces se
hacen supuestos y los análisis se realizan aceptando como reales dichos
supuestos. En la mayoría de los casos se intenta estimar la importancia
relativa de los distintos factores sobre la variabilidad de las variables que
miden el fenómeno de interés mientras que la variabilidad no explicada se le
atribuye a factores desconocidos o simplemente al azar. En síntesis, a nivel
académico, se utilizan modelos de la realidad, es decir simplificaciones de la
misma y como dijo George Box, un estadístico famoso, “esencialmente, todos los modelos son erróneos, pero algunos son útiles”.
En la vida real, en el ejercicio del poder, fuera
de la torre de marfil, chocamos de frente con la realidad en sí misma, con toda
su complejidad. No se puede delimitar la realidad que interesa estudiar, sino
que se deben tener en cuenta todos los factores que influyen en esa realidad,
algunos racionales y lógicos, que se
comportan como se espera según la teoría, pero otros son irracionales,
sentimientos, pasiones, intereses, sobretodo intereses, que presionan para
conservar el status quo.
El asunto se complica más por el hecho de que
muchas veces los intereses de distintos grupos de presión son contradictorios
y, a menudo, no son explícitos, lo que hace más difícil considerarlos. Ahí es
adonde entra lo que algunos llaman el “colmillo” político, colmillo que aún no parece
despuntar en muchos de los académicos que ahora están en el gobierno. Ese
colmillo, que permite apreciar aspectos de la realidad que trascienden los
temas técnicos, solo se desarrolla mediante el contacto directo con la vida
real y sus actores, los grupos de interés. Adicionalmente, mayores complicaciones surgen
por las expectativas de esos grupos de interés, sobredimensionadas en algunos
casos, sobre todo por las ofertas de cambio de la campaña electoral, y por otra
parte, por la desconfianza de la gente hacia la clase política, aunque esta sea
recién llegada desde los Jardines de Academus.
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