Esta administración ha producido numerosos escándalos
como consecuencia de que sus funcionarios no conectan la lengua con el cerebro,
a la hora de brindar declaraciones a los medios de comunicación.
Uno de los que más ha aportado es el Obispo de la
Presidencia, que se dejó decir que el caso de la Procuradora y su Viceministro
era un montaje periodístico. Por ese mismo tema, la expresidenta a.i. del
partido de gobierno, se despachó a placer y amenazó e instó a boicotear los medios de comunicación. Dulce venganza por
las críticas que recibió tras ocupar, en la asamblea legislativa, una plaza de
chofer, transformada por el directorio, sin mediar concurso ni dictamen técnico,
en algo más atractivo y mucho mejor remunerado.
Dentro de los escandalillos también destacan los
originados por los sesudos comentarios públicos de al menos tres representantes
diplomáticos, algunos de los cuales ni siquiera llegaron a asumir el cargo. En
todos los casos, los funcionarios abrieron la boca más de lo debido, teniendo
en cuenta su investidura de funcionarios públicos y representantes oficiales
del país. El aparente motivo fue, en dos de los casos, los representantes en
Corea y Bolivia, el servilismo y deseo de quedar bien con las altas autoridades
del gobierno, mientras que en el último, el del embajador en Venezuela, por su
encendida defensa del gobierno de Maduro, a contrapelo de la posición oficial
del gobierno nacional. En el caso de los representantes diplomáticos, de forma
sumaria, los parlanchines fueron renunciados sin mayor contemplación.
El último en abrir la boca de más, fue el
mismísimo Luis Guillermo Solís, Presidente de la República. Se dejó decir,
picado por una funcionaria de segundo nivel que trabaja para la diputada de las
chancletas, con relación al contrato con APM Terminals, que él a diferencia de
Oscar Arias, no estaba en esos negocios. Posteriormente recapacitó, seguramente
se acordó quién lo había introducido en la alta política y ofreció disculpas.
Esto me recordó el chiste del sapo lisonjero, que
no paraba de apoyar de forma chillona las propuestas del león, hasta que el rey
de la selva, harto, amenazo con comer exclusivamente animales de boca grande, a
lo que el sapo replicó, achicando la boca todo lo que podía, pobrecito el
cocodrilo.