A muchos nos han sorprendido las vallas publicitarias del imputado Calderón, quién se queja, no sin razón, de llevar cuatro años sin ser sometido a juicio por los actos de corrupción que se le atribuyen. Para la mayoría de los costarricenses, las vallas son un inmenso acto de cinismo, de quién pretende proponer de nuevo su nombre para ocupar la presidencia de la república y, simultáneamente, para el cargo de diputado. El propósito de ésta estrategia no parece ser el servicio público, sino, más bien, blindar al imputado con inmunidad parlamentaria o, el pueblo no lo permita, con inmunidad presidencial.
De casta le viene al galgo, reza un viejo refrán, en alusión a las características que se heredan de padres a hijos. En el caso de Calderón, esto viene como anillo al dedo. Su abuelo, Calderón Muñoz, apoyó el golpe militar de los Tinoco en 1917 y sirvió como senador y ministro plenipotenciario a la dictadura. Su padre, el viejo Calderón Guardia fue más allá; no solo intentó hacerse el gato bravo con un proceso electoral para ocupar el sillón presidencial por segunda vez, lo que motivó, entre otras cosas, la revolución del 48, sino que invadió el suelo costarricense con tropas extranjeras de la dictadura de los Somoza y derramó la sangre de patriotas, en diciembre de 1948 y en 1955. Esos actos constituyen, en derecho, traición a la patria.
Ahora, el, último de los Calderón se apresta a seguir el camino de sus ancestros, volver a usar la política para su propio beneficio, conseguir inmunidad para seguir impune. Creo que nuestro pueblo es mayoritariamente inteligente y no caerá en la trampa publicitaria que le tiende el imputado y su corte de perrillos falderos. La respuesta será la misma que recibió el viejo Calderón en las elecciones de 1962, una apabullante derrota electoral.